domingo, 17 de noviembre de 2013

Las heridas se curan, pero la memoria no.

Cuanta impotencia acumulada dentro de mi. Información que pide a gritos salir, sentimientos desbordados y palabras mudas que no llegan a formarse más allá de mi mente.
¿Cómo decirlo? Un continuo querer y no poder; una falta de confianza en si mismo; un no saber que pesa más, si los pros o los contras.
¡Cómo frustra esta situación! Todo se ennegreció de golpe después de ese precioso e irreal resplandor en el que viví durante un tiempo. Todo se fue apagando para, aparentemente, no volver a encenderse nunca más. Pero como muy bien dijo alguien una vez: Nunca digas nunca. Y es que poco a poco ese resplandor está volviendo. Poco a poco va recuperando sus colores. El azul, el rojo, el verde intenso... poco a poco se van sumando para crear una armonía perfecta.
Dicen que el que calla otorga pero es que no os podéis llegar a hacer una idea de lo fuerte que puede llegar a gritar mi silencio algunas veces, del miedo que me da avanzar en este camino que tiene tantos baches. Las heridas se curan, pero la memoria no. La memoria siempre recuerda todo con total exactitud. Y es ella la que crea ese miedo incondicional a mover ficha, a dar pie a originar un cambio. Sí, ese cambio puede salir bien, pero he sufrido tanto que ya no soy capaz de verle el lado positivo a nada en este campo. Digamos que... la experiencia, marca tanto a una persona hasta el punto de cambiarla y condicionarla de por vida.