martes, 23 de agosto de 2016

Imperfectamente perfecto.

Llevaba tanto tiempo esperándote, buscándote allá por donde iba y sobretodo soñándote cada vez que tenía una cita con Morfeo.. Eras y serás mi tesoro más preciado y también el más idealizado.
No sabía tu nombre, ni tampoco tu rostro; pero sabía perfectamente la sensación que me trasmitías, todo lo que me hacías sentir cuando estabas cerca.
Y, cuando por fin te encontré, no pude evitar sentir miedo. Quería huir, desaparecer e interponer el mayor número de kilómetros entre los dos. Y todo porque no me parecías real. Qué tonta, ¿no?
Menos mal que mi cuerpo fue incapaz de separarse aquella primera vez que nuestros labios formaron algo mágico. Supongo que todas aquellas pequeñas descargas eléctricas, que se extendían a través de los poros de mi piel cada vez que notaban un mísero contacto tuyo, ayudaron bastante a que no lo hiciese.
Había recreado tantas veces aquel momento en mi cabeza que fui incapaz de procesar que estuviese ocurriendo de verdad... ¡Al fin eras mío! ¡Al fin te tenías conmigo!
Como aquellos piratas en busca de su tesoro, aprendí a adorarte y a quererte por lo que eras y por quien era yo cada vez que estábamos juntos. Eres y serás siempre mi historia de película mejor contada.
Porque, no hace falta que te despiertes de manera impecable como aquellos protagonistas de esos films de amor que parecen modelos. Nadie es así de perfecto en la vida real. Yo te quiero con tus legañas, haciéndote el remolón entre las sábanas cuando un rayo de luz entra por la ventana... Porque te quiero por tus imperfecciones, esas que te hacen imperfectamente perfecto, que es como me gusta a mi.


Porque juro que no se que viste en mi para haberme empezado a querer de esta manera tan fuerte. Nunca pude imaginar que podría provocar tales sentimientos en alguien. Que no se lo que es, pero que tampoco quiero descubrirlo... o sí. Porque, siendo egoísta, volvería a buscar ese "no se qué" que te trajo hasta mí, en cualquier otra vida, para volver a retenerte aquí conmigo. 


sábado, 16 de abril de 2016

Huye tú, que yo no puedo.

Impotencia.
¿Cómo es que he llegado a esta situación? O, mejor dicho, ¿cuándo?
¿A partir de qué momento empecé a tener miedo de mi misma? ¿de ser lo que soy?
Me resulta un tanto violento el hecho de pensar que, cada vez que me escondo de todo, es por huir de algo de lo que ni tan siquiera soy capaz de escapar.

Podré cruzar océanos, podré pasar fronteras y cambiar de países. Y estoy segura de que, incluso estando en la otra punta del mundo, seguiría teniendo el mismo problema.... seguiría repugnándome quien soy y sobre todo por qué aprendí a ser así.
Llegué a creer que era merecedora de todo aquel calvario por el que estaba pasando, llegué a estar tan atada que solo pensarlo, me da miedo. Por suerte supe salir de allí a tiempo y dejé todo eso atrás, encerrándolo con llave en un cajón.
He tenido años ese cajón cerrado, aislado, apartado de mi vida para que no pudiera afectarme. Supongo que lo acabé enterrando porque no podía sostener la situación que estaba viviendo hace por mucho más tiempo.
No sé si hice bien o no, en ese momento cerrarlo todo me pareció lo más correcto. Aunque he de decir que ni tan siquiera sabía si era capaz de tomar decisiones siendo lo suficientemente cuerda.
¿Por qué sigues atormentándome en mi vida diaria? ¿Por qué si ya no estás en ella? Te eché, no vuelvas a molestarme. Te lo suplico.
Vete, vete fuera de mí. Borra todo recuerdo que me afecte hoy día, borra todo daño que pueda perjudicar a mis decisiones diarias. Bórralo todo. Y déjame en paz, por favor.

Vete, huye de mi. Huye tu que puedes. Devuélveme aquello con lo que te quedaste el día que nos conocimos. Huye y no vuelvas. Huye, pero que sea pronto.
o quiero sentirme merecedora de ningún mal y tampoco quiero sentir que soy capaz de destruir mi felicidad apuntando a aquel pilar que haga que mi vida se desplome entera en un sólo segundo.

Huye de mi, huye tú, que yo no puedo.