martes, 27 de mayo de 2014

Sencillamente ella.



Os juro que jamás ví una mirada que fuese tan pura como la suya. Jamás contemplé en todos mis días una sonrisa que fuese capaz de iluminar cualquier lugar (allá donde fuera) como lo hacía la suya. Jamás contemplé belleza comparable a la de ella. Con 18 años estaba totalmente enamorado de su forma de ser. Sencillamente ella era perfecta.
Os digo con total sinceridad que ella me enseñó el verdadero y puro significado de la palabra amor, de esa palabra que tanto habla la gente. También me enseñó qué debía hacer si quería ser feliz, me enseñó a sonreír a pesar de las circunstancias, a pesar de que a veces me superasen ciertas cosas y solo tuviese ganas de mandarlo todo a la mierda. Sencillamente ella me completaba.
La sentía como si fuese una parte de mi, como dos notas seguidas en una perfecta sinfonía, como dos piezas de un puzzle destinadas a unirse, como esas pocas cosas que ves a lo largo de tu vida que juntas parecen mágicas. Sencillamente ella lo era todo.
Probablemente os esté contando todo esto porque, desde que la conocí, jamás me atreví a decirle ni una sola palabra de todo lo que sentía por ella, de cuánto me llenaba su sonrisa, de lo feliz que me hacía verla contenta y de lo mucho que me preocupaba aquellas noches que pasaba junto a ella en el hospital.
Del miedo que sentía aquellas noches, cuando lo único que me cobijaba era el silencio y el extraño pitido de la máquina a la que la conectaban. Me sentía solo... como si mi mundo se fuese a caer en el momento que ella exhalase su última respiración.
Pero he de reconocer que lo que más me extrañaba de todo esto era que jamás perdía su sonrisa y su belleza, ni cuando estaba tumbada en aquella cama ortopédica sin poder moverse por efectos del calmante. Sencillamente ella era mágica.
Pero desde hace un tiempo, demasiado lejano para mí, ella se desvaneció. Exhaló lo que fue su último aliento de vida para sucumbir después a Morfeo y no volver a despertar. Ahí se me vino el mundo encima, sentí como todo lo que me sustentaba, desapareció. Justo ahí, en ese preciso momento, descubrí que nunca más iba a encontrar a otro amor comparado a ella, a otro amor comparado al de una madre.