miércoles, 16 de octubre de 2013

Un paquete de pañuelos y una buena caja de tiritas.

"¡La vida es una mierda!"
¿Quién no ha escuchado esa frase a lo largo de su vida? Lo peor es que tiene razón.
A medida que he ido creciendo, me he dado cuenta de que la vida cada vez se vuelve más y más injusta. No podemos huir un rato de este 'sueño' creado para hacer sufrir a los humanos constantemente. Tener que enfrentarse a ella a diario puede llegar a agotar tanto física como psicológicamente. Todo son complicaciones. Granitos de arena que se van amontonando cada vez con mayor frecuencia. 
Llegar a vivir la situación en la que debes dejar escapar a un amor para que sea feliz sin ti es... dejémoslo en horrible. Aunque tener que ver como uno de tus hijos pierde la batalla ante este ideal creado para hacer sufrir, supera todos los valores de cualquier escala de sufrimiento.
¡Ojalá todas las personas fuésemos aquel hombre de hojalata del Mago de Oz! Pero no, no estamos hechos de acero y mucho menos estamos hechos a prueba de balas. Que no lloremos no significa que no suframos. Sencillamente existen personas que prefieren enmascarar ese sufrimiento para guardarlo en sí mismas.

Demostrarlo llorando o no. Ambas decisiones son igual de correctas. Aún así, os daré un consejo: compraos un paquete de pañuelos y una buena caja de tiritas "reparacorazones".

domingo, 6 de octubre de 2013

Y es que hay un momento en el que no duelen, si no que cansan.


¿Es decepción? Probablemente esa sea la palabra que más se acerque a lo que siento. Cogerle cariño a una persona siempre es, tarde o temprano, sinónimo de decepción. Salí demasiado herida la última vez, demasiados golpes seguidos que casi terminan conmigo y con mi vida. Bueno, digamos que conmigo si que terminaron. 

Perder la confianza consigo mismo es duro, pero peor es perderla con todo lo que te rodea. No os podéis imaginar lo duro que puede llegar a ser no atreverse a salir a la luz del sol, no ser capaz de mostrarte tal y como eres, ser impasiva, como un rostro sin vida... vacía. Y, ¿sabéis de que sirve ser así? Solamente para una cosa: inundar tu cuarto con miles de lágrimas cuando estás segura de que nadie te ve.
Poco a poco, después de un periodo largo de tiempo, vas permitiendo que esas personas que han estado ahí a pesar de todas las malas caras, de todos los insultos y de todos los gritos, consigan verte desnuda por dentro. ¿Podría llamarse reinserción? Claramente sí. Es una forma de rehabilitarte, de volver a tener la misma soltura que tenías antes con todos. Pero justo entonces, el círculo vuelve a repetirse, todo vuelve a comenzar. 

Y es que hay un momento en el que tantas decepciones no duelen, si no que terminan por cansar.