martes, 10 de enero de 2017

Cinco palabras.

Recuerdo que cuando era algo más pequeña y pensaba tener todos los conocimientos sobre la vida, había una frase que me desvelaba una noche tras otra. Una frase que había llegado a mis oídos cientos de veces, cuando intentaba afirmar el hecho de que iba a pasarme el resto de mi vida sola. Y que probablemente acabaría rodeada de gatos, emulando a aquella anciana que salía en los simpsons.
Era una simple frase, cinco palabras ordenadas que inspiraban una incertidumbre en mí. Cinco palabras, no más.



Con 15 años tenía la sensación de que me había sacado la carrera del amor con sobresaliente, hasta que un par de años más tarde me di cuenta de que ni siquiera me había matriculado en ella. En la inscripción confundieron ilusión con amor. 
Aunque bueno, esa la acabé suspendiendo también al fin y al cabo.
Y mira que el ser humano es simple, ¿eh?. Quiero decir, basta que no pueda alcanzar algo para que se convierta en un anhelo. Como aquella hermosa rosa de La Bella y La Bestia. Ya podría ser la rosa más mustia habida y por haber, que por el simple hecho de estar dentro de aquella cámara de cristal y no poder tocarla, parecía hermosa.



Y eso fue lo que me pasó a mí; ¿qué raro no?
Con 16 años me equivoqué de tren, me subí en el tren prohibido, al otro lado del andén. Y me extravié, ya lo creo que me extravié, porque llegue a perder hasta el rumbo de las propias vías.
Ahora, al cabo de los años, no es tiempo de buscar culpables. Si aquella gente que incitó a que subiera en él prohibiéndomelo o el propio maquinista con el que decidí montarme.



Como aquella rosa...
Me deshice.

Pero volví a crecer decidida a construirme mi propia cámara de cristal que me impidiera volver a subirme a algún tren, ya fuese bueno o no.
Puede que me equivocara al tomar esa decisión, aislarme, pero eso me hizo tal y como soy ahora, como lo soy en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas.
Y, ¿sabéis que es lo mejor de todo? que llegó, que llegó alguien que rompió esa pequeña cámara de cristal en la que me encontraba. Que me cuidó, me regó y me ayudó a florecer y a crecer mucho más fuerte que nunca.
Y justo entonces fue cuando comprendí aquellas cinco palabras que me habían dicho siempre. Simplemente cobraron sentido desde el momento en el que él rompió una mínima parte de esa cámara y pude empezar a respirar otra vez.

"Cuando lo encuentres, lo sabrás." Y es que entonces comprendí que el amor es así de caprichoso, que viene cuando menos te lo esperas, sin avisar.
Pero, ¿sabéis qué? Que ya no tengo miedo a volver a montar en trenes, porque sé que si en algún momento la soledad me alcanza, habrá alguien tirando y apretándome la mano para impedir que me vuelva a extraviar.


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